miércoles, 21 de noviembre de 2012

Los colores de mi pueblo: Negro (II)

Quería empezar esta historia con el color más obvio, el negro.

El carbón es lo que ha definido la explosión en la importancia de La Villera. A finales del siglo XVIII este lugar no era gran cosa; dos pequeños núcleos de no más de cien habitantes cada uno, y cuya única herencia del pasado era un torreón reconvertido a palacete por una pequeña familia de la baja aristocracia de la zona y estar localizado en un valle en medio de la vía más directa y obvia de la comunicación entre Asturias y la Meseta. 

Todo cambió con el carbón. Porque sí, había carbón. Unos señores ingleses y franceses llegaron a mediados del XIX y, con su dinero sentaron las bases para un crecimiento exponencial de la población de La Villera. Sus dos pueblos se juntaron en uno, se constituyó como ayuntamiento independiente, y vino la prosperidad en forma de piedras negras, sentando la base para una potente industrialización.

Y del mismo modo que llegó la riqueza y el desarrollo, se marchó como había venido: de manos de las reconversiones de los años 70 y 80, cuando las minas empezaron a cerrar. Lo que debería haber sido una reconversión modélica, con los ojos y las esperanzas puestas -como siempre- en la cuenca alemana del Ruhr, se tradujo en una muestra de todo lo que no se debe hacer: dispendio y dilapidación en obras faraónicas, megasubvenciones a empresas ruinosas del amigo del político de turno, y una falta total y absoluta de previsión de futuro, creación de un sólido tejido productivo e inversiones en formación. Así como vino el oro negro -el sólido-, se marchó.

Que hablen los datos: desde 1960 La Villera ha perdido casi el 50% de sus habitantes. En 50 años. 
El futuro es del mismo color que el fondo de las minas del concejo. 

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