martes, 13 de noviembre de 2012

Yo no soy intolerante, pero...

       Yo no soy intolerante, y además me encuentro en una maravillosa ciudad europea de habla extraña y modales educados.

        Aquí las cosas están mejor hechas, serán todo lo infinitamente asquerosos cuando se lo proponen que tú quieras, las familias son de cuatro personas y del abuelo ni por Navidad, pero aquí las cosas están mejor hechas, se nota sobre todo en los detalles; en los váteres con diseño para que no salpique, el mecanismo que tienen para abrir fácilmente esas ventanas altas imposibles de llegar, los carriles bicis pensados y no esas líneas pintadas que tenemos nosotros en el suelo.

      Y una de las maravillas que tienen son las bibliotecas, qué maravilla de biblioteca señora. Tienen entremezcladas las estanterías de los libros con las mesas de estudio, aislándote así del ruido de los que hablan. Y además de los millones de libros de estas estanterías tiene toda la música en forma de partituras y discos, películas, cómics, Internet, zonas gigantes para los niños con juegos y un miniescenario. Vamos, que lo mismo te encuentras a un estudiante prepúber empollando para su examen del lunes como al abuelo viendo una de vaqueros, a un tipo escribiendo en clave de Sol como a una manada de niños que va a la biblioteca y no como castigo.

       Hay gente rara, rara, pero eso como en toda la ciudad. Lo que no verás son harapientos.

      Y no los veía hasta que ¡plaf!, uno se me sienta al lado. En uno de esos momentos de distracción entre página y página ya lo vi venir con el rabillo del ojo. Con los pantalones sujetos con un cordón, un abrigo de esos que parecen de gigante, el pelo desastrado, el típico carrito en el que llevaba sus pertenencias y esa mirada desquiciada de cuando ya nadie te hace caso.

      Yo no soy intolerante, pero es que tenía que estudiar realmente duro, y la verdad, hacerlo al lado de un tipo que huele a orín y que no para de hacer ruidos no es la manera más cómoda de hacerlo. El tipo era negro, pero como yo soy tolerante y el color de su piel no influía en mi velocidad de lectura pues ni venía al caso mencionarlo, tan sólo para completar la descripción.

    Él sacó un libro y se puso a leer, y yo mientras valorando si perdía más tiempo quedándome desconcentrado en mi sitio que yéndome a otro. Así estuve un tiempo, más pendiente de las cosas que me podrían distraer de aquel tipo que de mis estudios.

      El caso es que finalmente me concentré en la lectura, pues ni el tipo olía a orín ni hacía ningún ruido.

     Y así estuvimos ambos dos sin pensar el uno del otro hasta que una señora encargada de todavía no sé qué en la biblioteca, y sigo yendo mucho, le espetó que se tenía que marchar, que no podía estar allí. Las palabras exactas no las sé porque ya dije que hablan un idioma muy raro, pero le mencionó que aquello no era la cruz roja. El hombre protestó, la mujer gritaba más, otro tipo quiso ayudar al hombre pero sin demasiado aplomo y finalmente otro de más allá vino y le dijo que se callara y se fuera; al hombre, no a la señora.

     Y se fue, con su bastón con una almohadilla al final para no hacer ruido, de esto me di cuenta al irse, no al venir.

      Yo me quedé con cara de gilipollas porque en ese idioma extraño lo más que podía era hacer pedorretas con los labios, y eso no mejoraría la situación. Así que bueno, por lo menos me dediqué a reflexionar lo que había pasado. Me di cuenta de lo injusto de mi comportamiento, en que bueno, sí, podía haberme molestado, pero el caso es que no y yo lo daba por sentado. Reflexioné sobre cuánto me jodió que echaran a aquel hombre con unos prejuicios que aunque no los hubiera exteriorizado los había tenido yo mismo no más de 10 minutos antes. Lección aprendida, dije.

     El caso es que sigo yendo mucho a esa biblioteca, siempre en bici porque ya dije que los carriles que tienen son de los mejores. Puedes ir por ellos con total seguridad. Bueno, salvo cuando los taxis circulan a tu lado, porque es que parece que la calle es suya. Y los peores son los turcos, que aquí hay muchos por cosas de historia, que van haciendo zigzag entre los coches, no sé si será porque están así acostumbrados en su país o qué. Yo es que no soy intolerante, pero...

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