domingo, 10 de marzo de 2013

De tarde en tarde.


Hoy no hay ruido de fondo en mi salón, sólo una intuición de pollo al horno en el aire y un silencio. Leía y mientras leía pensaba, o sea que tenía que volver a leer. Pensaba que necesito tiempo en el que no esté produciendo con nadie más. Un rincón en el que no cocine para comer, no escuche música para distraerme, no lea para ser más culta, no estudie para aprobar, no revise cada cinco minutos la pantalla del ordenador, no mire la hora, no escriba un mensaje, no espere recibirlo, no construya ni destruya ningún vínculo. Un lugar, con un tiempo, sin un resultado.

Ah, pero en seguida me levanto del sillón estratégicamente situado en la luz que da esta ventana, subo por las escaleras hacia mi cuarto y cojo mi ordenador (casi nunca papel). El romanticismo de la lentitud me dura lo que tarda en llegar otro estímulo. Pienso que quizás debería escribir lo que pienso y que no se pierda, porque seguramente sea fundamental para el resto de mi vida y, sobre todo, para el resto de la humanidad. Claro.Ya quiero un resultado de este pensamiento, un éxito. Así es como todos los inicios se presentan en sociedad y se detienen. El vómito es una digestión inmadura.

Come rápido, piensa rápido, decide ya, llegas tarde, no estás haciendo nada. El caldo de cocido en tetrabrick, las lentejas en lata, la fabada sin abuela. El tiempo necesario para hacer las cosas ya no es necesario desde que las cosas están hechas. Si se quiere, uno puede aprovechar para hacer más cosas en el tiempo que antes ocupaba en hacer esas cosas que necesitaban tiempo y ahora sólo necesitan consumo. Ocúpate de tragar y seguir, el proceso no es tuyo, no es de nadie, son fragmentos, son tantos intermediarios.

Desde que no respeto el tiempo -silencio- una pausa es demasiado tarde.