Hoy no hay ruido de fondo en mi salón,
sólo una intuición de pollo al horno en el aire y un silencio. Leía y mientras
leía pensaba, o sea que tenía que volver a leer. Pensaba que necesito tiempo en
el que no esté produciendo con nadie más. Un rincón en el que no cocine para
comer, no escuche música para distraerme, no lea para ser más culta, no estudie
para aprobar, no revise cada cinco minutos la pantalla del ordenador, no mire
la hora, no escriba un mensaje, no espere recibirlo, no construya ni destruya
ningún vínculo. Un lugar, con un tiempo, sin un resultado.
Ah, pero en seguida me levanto del sillón estratégicamente
situado en la luz que da esta ventana, subo por las escaleras hacia mi cuarto y
cojo mi ordenador (casi nunca papel). El romanticismo de la lentitud me dura lo
que tarda en llegar otro estímulo. Pienso que quizás debería escribir lo que
pienso y que no se pierda, porque seguramente sea fundamental para el resto de mi
vida y, sobre todo, para el resto de la humanidad. Claro.Ya quiero un resultado de
este pensamiento, un éxito. Así es como todos los inicios se presentan en sociedad y se
detienen. El vómito es una digestión inmadura.
Come rápido, piensa rápido, decide ya, llegas tarde, no
estás haciendo nada. El caldo de cocido en tetrabrick, las lentejas en lata, la
fabada sin abuela. El tiempo necesario para hacer las cosas ya no es necesario
desde que las cosas están hechas. Si se quiere, uno puede aprovechar para hacer
más cosas en el tiempo que antes ocupaba en hacer esas cosas que necesitaban
tiempo y ahora sólo necesitan consumo. Ocúpate de tragar y seguir, el proceso no es
tuyo, no es de nadie, son fragmentos, son tantos intermediarios.
Desde que no respeto el tiempo -silencio- una pausa es demasiado tarde.